martes, 20 de noviembre de 2012

Cerco a Crescenciano

Un asesino como los demás (176)

- Hola, Crescencianito, - Saludó Sor Auxiliadora con su mejor sonrisa - estos señores son buena gente, sólo quieren aconsejarte un poco porque resulta que algunos vecinos se han quejado de que haces ruídos por las noches. Podemos pasar?

  

La mente del asesino Crescenciano Cano Uribetxeberría ( apellido coincidente con el del cobarde asesino etarra Uribetxeberría Bolinaga ) trabajó rapidamente: la gorda era la policía que vivía en el piso de abajo, la había visto en la calle en más de una ocasión vestida de uniforme, imposible no reparar en una foca de 200 kilos, y el viejo olía a madero cabrón que apestaba. "Habrán descubierto que soy yo el asesino en serie?"
El inspector Churriguera decidió que no había que dejarle ni un sólo segundo para que pensase. Le habló en un tono alto y acusatorio:
- Caballero, se arriesga usted a que los vecinos consigan echarle si no pone remedio enseguida. Permítanos entrar y hablaremos del asunto. Por supuesto, somos policías. - Y ambos mostraron sus placas identificativas.


  El asesino olvidó su condición de asesino para pensar en quién podría ser el vecino hijo de puta que le había denunciado. Franqueó el paso a la autoridad y a la representante del clero.
- Siéntense aquí - Indicó Sor Auxiliadora señalando a una silla desvencijada y a una butaca sin muelles sobre la descansaba un cojín grande y mugriento.
"Joder, aquí huele a mil demonios!" - Pensó Churriguera tapándose la nariz sin disimulo - No, no es necesario que nos sentemos - Le dijo a la monja mirando a la silla y a la butaca que parecían sacadas de un vertedero.
Felisa apoyó la espalda contra la pared, segura de que las paredes de este edificio eran lo suficientemente fuertes para resistir su peso. La monja ya les había advertido de que la higiene no era la especialidad de Crescenciano y que ella tenía que visitar a muchas personas dependientes y no le daba tiempo de hacer limpieza ni era su obligación. Aún así, Churriguera estaba asqueado, no se esperaba aquella atmósfera fétida.
- Dígame, caballero, es cierto que usted da gritos diciendo que mata mujeres?
- Yo no sé lo que digo en sueños.
"En sueños?... Bien despierto estás cuando gritas, hijo de puta!" - Se revolvió en su pensamiento Felisa Calvo.
Intervino Sor Auxiliadora ( "Sor Auxi" para la gente que la conocía y la estimaba )
- Puede ser un efecto de la medicación, inspector.
Churriguera se volvió molesto y la habló en un tono seco:
- Déjeme seguir, por favor.
- Siga, siga, perdone.

   ( Crescenciano Cano Uribetxeberría, asesino fétido )

Volvió a mirar al sucio:
- Sabe usted que hace poco mataron a una señora mayor no muy lejos de aquí?... Sabe usted que también asesinaron a una mujer en el polígono industrial Cristina de Borbón?...
Le hubiese gustado gritar a los cuatro vientos: "Sí, yo soy el asesino en serie!", pero eso significaría tener que abortar su carrera criminal, y a él lo que le apetecía era seguir matando. Así que respondió con desdén:
- Sí, lo sé, qué pasa?... También me acusan los vecinos de asesino?... Oiga, ustedes a qué han venido?
- Nos han contado los vecinos que usted grita en sueños que es el asesino de Doña Amelia del Rosal y de Basilisa Calvo.
A Felisa Calvo se le encogió el corazón al oír el nombre de su hermana. El inspector la echó una mirada rápida y notó su turbación. El asesino empezaba a mosquearse. "Los vecinos" es esta vacaburra, no creo que la vieja sorda del segundo me oiga, ni tampoco los otros"
- Quienes son los vecinos que dicen esas bobadas?... Te lo estás inventando tú, tio!
Sor Auxiliadora estaba escandalizada, la habían hablado de un problema con la vecindad y ahora se encontraba con que Crescenciano podría estar metido en un lio más gordo, en unos aseesinatos!
- Los policías no nos inventamos nada, simplemente actuamos en nombre de la ley. - Arguyó Churriguera.
Felisa Calvo pensó que había llegado el momento de actuar. El energúmeno se estaba calentando y en pocos minutos podría montar un escándalo que obligase a Churriguera a batirse en retirada, si no le daba antes a la monja por decir que estaban maltratando a un enfermo mental y a amenazar con denunciarlos. Así que llegó el instante tan esperado por Felisa.
- Perdón, inspector, tengo que ir al servicio.
Y encaminó sus bamboleantes nalgas por el pasillo de la vivienda en dirección a su objetivo.
El tarado la siguió con la mirada espantada hasta que gritó:
- Es la puerta de la izquierda!
Pero Felisa Calvo abrió la puerta de la derecha.

( Continuará )

"Los ojos son los labios del espíritu" ( Christian Fredrich Hebbel )

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