miércoles, 13 de junio de 2012

Ya vamos por el capítulo 45 y esto aún está empezando.

Un asesino como los demás (45)

  Mientras el taxi rodaba por la autovía de circunvalación, ambos hombres cruzaron varias frases amables. El engolado propietario de la casita de los espíritus malos le contó que, además de ser devoto de la Virgen de Guachulupotuco, se sentía muy atraído por la vida y milagros de San Obdulio de Oklahoma, un santo muy querido en su Medellín natal.
Después, nada más tomar el desvío que les conducía a la carreterita del pinar, el heredero de su tía abuela pareció perder todo el interés en mostrarse comunicativo. El taxista tampoco era muy conversador, además no le gustaban los "sudacas" Sólo hizo un comentario desdeñoso al llegar a la carreterita tercermundista.       
- Me jode esta carretera con tantos baches, si lo sé...
- Estese tranquilo, amigo, es un kilómetro escaso.
Le interrumpió el sudaca con pinta de chulo de putas ricas.
"Que se traerán entre manos estos dos capullos", pensó el taxista xenófobo-homófobo, "un maricón engañabobos y un narco, porque el sudaca es un narco o un chulo de putas... o las dos cosas"
- Esta es la casa.
Dijo Nelson Cristiano en cuanto llegaron al matadero de Merlíng.
Ubaldo estaba empezando a ponerse malo, su "cliente" expulsaba mucha energía negativa. Cada vez lo notaba más. En ese preciso momento se arrepintió de haber venido. Algo le decía que la muerte rondaba cerca.
El sicario pago al taxista y se bajaron del vehículo. Y entonces cayó en la cuenta sobre ese  "algo" que le intrigaba del individuo. Recordó aquel culebrón venezolano en el que un actor interpretaba a dos personajes, uno bueno y otro malo, y para el rol del malo utilizaba bigote y barba muy recortada postizos.
Eso era, el tal "Magnolio del Rosario Rubirosa", nombre con el que había entrado en España el sicario, camuflaba su rostro tras la barbita, el bigote y las gafas de sol de comediante.



  Ubaldo trató de controlar el miedo para poder sobrevivir. Se dijo que lo mejor era aparentar serenidad, pero debería actuar con rapidez. Lo primero que pensó fue salir corriendo por la carretera, pero no era la mejor solución, no había nadie por allí, el lugar estaba más desierto que un páramo y el taxi ya se había largado con viento fresco.
Se acercaron a la entrada de la casita. El malo hizo la pamtomima de abrir la puerta con una llave aunque esta ya estaba abierta. Le cedió gentilmente el paso hacia el interior con una sonrisa que le pareció diabólica. Era diabólica!
"Ahora o nunca!" , se dijo el profesor Merlíng, el ahora infeliz Ubaldo. Al dar el primer paso dentro de la casa, se giró rapidamente y empujó la puerta con fuerza para sorprender y obstaculizar a su seguidor. De inmediato se lanzó corriendo hacia el interior. Tropezó con una mesa, dos sillas y algunos cacharros que había por el suelo. No se veía nada. Pero consiguió su propósito: alcanzar el punto más distante de la puerta.
El sicario no se esperaba aquella reacción, pues estaba convencido de que el idiota había picado. "Pero entonces... por qué ha venido?"
Ubaldo extrajo la "luger" de su pequeña mochila, una mochila que llevaba sujeta de la mano desde que llegaron al centro de la ciudad. Esperó a que el malvado encendiese la luz para tenerlo a tiro, pero una idea escalofriante casi le hizo morir de miedo: el malvado tendría su pistola y seguro que la usaba disparando indiscriminadamente en la oscuridad. Otra idea se posó en su cerebro fantasioso-acojonado: "A lo mejor está cortada la luz" Pensó que era lo más problable dado que el cabrón aquel habría elegido una casa deshabitada. "Joder, qué miedo, qué miedo!..."
Los segundos se hacían eternos, las tinieblas reinaban en la pequeña estancia y el devoto de San Obdulio no daba señales de vida. Pero la realidad era que Nelson Cristiano ya tenía localizado al pardillo. No le había sido difícil. Se limitó a guardar silencio absoluto para escuchar su respiración agitada. Y ahora avanzaba hacia él sigilosamente, procurando no tropezar con los muebles como los buenos actores, con toda la sangre fría del sicópata perfecto. (Quemar la casa con el vidente vivo también era una buena idea, pero él rechazaba los procedimientos cristianizadores de la Inquisición española, no le gustaban un pelo. Su gozo era sentir la muerte de los demás en sus propias manos o en el contacto de su navaja. Merlíng se asaría siendo ya un cadáver, un método más civilizado)
Aquella negrura aterradora era un handicap para Ubaldo como lo fue la miopía para "Cat Woman" (Ver capítulo 28)

(Continuará)

3 comentarios:

  1. Controlar el miedo no está al alcance de todos y Ubaldo se acaba de estrenar en el parvulario por lo que veo.
    Debería haber sacado la Luger mientras el sicario hacía ademán de abrir la puerta, obviamente, de espaldas a él.

    Correr a oscuras en un espacio desconocido es una reacción infantil y claro, su respiración agitada le delata. Se ha metido en la ratonera.

    ¡Subo a por el siguiente!

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  2. No era fácil sacar la pistola teniéndole al lado, y más cuando el miedo se le acababa de meter en el cuerpo. Harry el Sucio si lo hubiese hecho, pero él no.
    Salud y paz!

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    1. Je je je... Recuerdo una serie de TV, allá en mi adolescencia o poco menos, con una pelirroja poli. No recuerdo su nombre, ni el de ella ni el de la serie, pero quisieron mostrarla como un 'Harry el sucio' en femenino, aunque acabaron rechazando el adjetivo porque en femenino resultaba denigrante.

      En el primer capítulo estaba en una pelu, cubierta por la capa esa negra, impermeabilizada, los pies recibiendo pedicura, o sea, pintándole las uñas.
      A la que fuera empezaron los tiros, salió descalza y con la capa de peluquería aleteando como nuestro Harry en sus incursiones en el oeste, ¿recuerda? Sacó sus pistolas, que no se sabe ande coño las llevaba porque era una raspa de sardina y ¡PAM PAM PAM!

      Así que no se automenosprecie, querido amigo porque usted tiene más intelecto que muchos guionistas ;D

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