Asesinar es un placer.

Un asesino como los demás (Capítulo 22)

Las hermanas Marce y Merce (Marcelina y Mercedes Rocamora) estaban consideradas como las mejores trapecistas españolas de todos los tiempos. Con el triunfalista nombre artístico de Hermanas Aguilas Imperiales habían representando al circo español con orgullo en los cinco continentes (Y porque no hay más continentes)
Arreciaban las críticas contra "esos parásitos de gobernantes y policías que no saben proteger a la sociedad" y se pedía insistentemente la cabeza del Ministro del Interior y del Jefe Superior de Policía. Y especialmente virulentos eran los comentarios de El Periódico del Prat, un vocero digital que no escatimaba sílabas en descalificar a los más poderosos.
La muchedumbre se apiñaba al otro lado del cordón policial, frente al edificio en donde vivieron las víctimas, un bloque de apartamentos de lujo en el número 127 de la Avenida Ministra Teresa Coscojuela.
Don Angel Luis, que al final había dormido en casa de su hija, se acercó dando un paseo con sus nietecitos Manolín y Encarnita. La mañana era soleada, la temperatura sumamente agradable y los niños estaban muy ricos con sus camisetas del Real Madrid.
"Dicen que descubrió los cadáveres una enfermera que las visitaba todas las mañanas", exclamó una señora obesa mientras hacía globitos con el chicle. "Pues menudo susto que se habrá llevado!", respondió una jovencita muy tatuada que vestía una camiseta con la inscripción "I love Juan Carlos de Borbón"
"Caramba, yo a usted le conozco, caballero!", oyó Don Angel Luis a su derecha, y al volver el rostro se llevó una sorpresa de muerte. Era la vieja aquella del cuarto piso, la que se le había escapado viva. (Ver capítulos 7 y 8)
- Siempre deja usted plantadas a las damas a las que socorre?... Y esos arañazos en la cara?... Qué le ha pasado en la cara?
Iba a improvisar una respuesta cuando sonó el móvil de Doña Purita.
- Vaya, es mi nuera. Me llama muy a menudo para ver si sigo viva, y es que está muy impaciente por heredar las cuatro perras que les voy a dejar a ella y a mi hijo. Sí, dime, Vicenta!
Aprovechose de la coyuntura Don Angel Luis y, tirando de sus nietecitos, se escabulló entre la muchedumbre. La vieja del cuarto piso le daba muy mal fario, era como si se le apareciese una muerta, y después de la terrorífica aparición de la segunda Aguila Imperial no tenía el cuerpo para más truculencias.
(Continuará)



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